El placer, ha sido a través de los siglos, uno de los temas que ha interesado a diversos filósofos y psicólogos, comenzando por Freud, el fundador de psicoanálisis y el primer profesional de la psicoterapia. Y es que el placer se ha colocado en los extremos del bien y el mal y como lo opuesto del dolor. Para los estoicos el placer es el mayor enemigo de la moral, por lo tanto es negativo; por otro lado, el filósofo Baruch Spinoza lo considera positivo, ya que nos permite acceder a un bienestar mayor del que provee. El placer es un estado agradable ligado a actividades como comer, dormir o tener relaciones sexuales, apreciar el arte o crear obras es también placentero.
Lo que Freud planteaba acerca del principio del placer, es que el libido recorre todo el cuerpo de la persona desde su nacimiento, en el recién nacido su fuente de placer es la boca, ya que a través de ella conoce a su madre durante el amamantamiento, Al crecer el niño, el libido puede centrarse en los genitales, donde el adulto buscará satisfacer su necesidad sexual con una pareja.
El principio del placer tiene como objetivo satisfacer cada una de las necesidades que el sujeto experimenta a lo largo de las diferentes etapas de su desarrollo, esto es lo que le importa a la parte más inconsciente y desprovista de un esquema de valores morales que la sociedad impone, el ello.
La estructura que controla el ello en su deseo de consecución de placer es aquella que Freud denominó como superyó. Y la estructura de la personalidad que regula las dos anteriores es el yo. Así que cuando sentimos conflicto entre lo que deseamos pero no debemos hacer, son estas tres instancias de la personalidad interactuando.
Satisfacer las necesidades básicas o complejas es fundamental para lograr la autorrealización.
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